La investigación partió inicialmente con el amplio escenario geográfico de la Olla de Caldera. Sin embargo, en la búsqueda y análisis de sus antecedentes, fue apareciendo de entre la nebulosa del pasado, el lugar que fue la chispa inicial que le dio vida durante el siglo XIX, el Chañarcillo de la Región de Coquimbo, el lugar que provocó una fiebre social por la búsqueda de riquezas y transformaría a la ciudad de La Serena. Este lugar fue el yacimiento de plata de Arqueros.
Arqueros es hoy una extensa área de faenas mineras abandonadas de 5 kilómetros de largo por 1 de ancho, ubicado a 19 kilómetros desde el cruce de la carretera D41 hacia Marquesa y, en promedio, sobre los 1400 metros sobre el nivel del mar. El actual camino tiene numerosas cuestas de gran pendiente y solo es transitable por camionetas y todoterrenos, presentando numerosas zonas de riesgo. Su descubrimiento en una fría madrugada de agosto de 1825 repetiría el mismo patrón de Agua Amarga (1811) y Chañarcillo (1832): arrieros, una fogata y el intenso frío de la montaña.
El descubrimiento de 1825
“Era la noche del 10 de agosto de 1825, y al reparo de los corrales de Varela habíase alojado un peón que servía de ayudante al arriero e inquilino de la Marquesa, Pedro Cuéllar, junto con un hijo de este, muchacho de 18 años; y como de costumbre, y para abrigarse del helado cierzo de la montaña y del invierno, encendieron entre ambos, el peón y el niño, una fogata, amontonando los tizones entre algunas piedras, que al parecer desprendidas de las pircas que por allí rodaban al acaso. Las mulas de la piara del leñador Cuéllar pacían entre tanto sueltas en el campo reverdecido por recientes aguaceros.
Al amanecer, el peón como más robusto, fue a campear las mulas, y el hijo (…) quedose entre los aparejos al amor del fuego (…). En el intervalo, y a la manera de un niño, sacó (…) su cuchillo de monte, el cuchillo del arriero y comenzó a hurguetear las cenizas y las piedras ennegrecidas del fogón. Las últimas habían pasado por cien manos en aquellos menesteres, sin que a nadie se le hubiese ocurrido examinarlas ni aún por su peso. Pero la casualidad (…) quiso que el muchacho curioso o distraído, trazara una raya o incisión en la costra negra de uno de aquellos guijarros, y reblandecido este por el fuego no apagado todavía, dejó ver una luciente grieta de plata córnea, es decir, de plata pura, blanca y maciza. El coronel Varela refería más tarde a Lafond de Lucy que él había tomado muchas veces esas piedras negras en sus manos, sin sospechar siquiera que en ellas tenía un tesoro que valió a otros ingentes millones.
No se sorprendió el muchacho con la novedad, porque no supo darse cuenta de lo que aquello era, y sólo cuando el arriero volvió con sus mulas, presentándole una de las piedras del fogón, le preguntó lo que aquello era…
El arriero coquimbano comprendió en el acto que estaba pisando sobre la meseta de un alto cerro en un rebosadero de plata, y así lo dijo al hijo de su patrón sin disimular su alegría. Y téngase presente que de esta duda del muchacho y de su conversación con el arriero arrancaron después ruidosísimos pleitos, sosteniendo los unos que el verdadero descubridor había sido el hijo de Cúellar, porque él levantó primero los pesados guijarros del suelo, y otros que el honor y la ventaja legal del descubrimiento correspondía al arriero mineralogista que había dicho: «esto es plata».”
Arqueros no solo fue uno de los descubrimientos mineros más extraordinarios en la historia de Chile, representó también una novedad para la ciencia geológica de la época por el mineral Arquerita (AgHg), una amalgama blanca con aproximadamente 80% plata y 20% de mercurio.
Chile ha contado con dos casas de moneda autorizadas gubernamentalmente: la Casa de Moneda de Santiago (1743 hasta hoy) y la Casa de Moneda de Coquimbo entre 1827 a 1830. Los dueños de las minas de plata de Arqueros perdían tiempo con el traslado de los metales hasta Santiago para su acuñación, por lo que se autorizó instalar la Casa de Moneda de Coquimbo que funcionaría en La Serena ajustándose a los reglamentos de Santiago. Las maquinarias se instalaron en el claustro del convento de San Francisco y en 1828 se hicieron las primeras acuñaciones. Lamentablemente para los intereses de la zona, las muestras fueron consideradas febles, ordenándose su inmediata refundición. En 1830 el Congreso de Plenipotenciarios ordenó cerrar el establecimiento, cuyos empleados habían hecho dejación de sus puestos para seguir a Ramón Freire en el enfrentamiento armado contra el Gobierno de José Tomás Ovalle (Banco Central de Chile, 1991. Adaptado).
Los llanos antes deshabitados ahora se colmaban de actividad comercial. Caravanas de mineros, especuladores, pastores, ensayadores y comerciantes transitaban con sus recuas de mulares por la Quebrada de Santa Gracia y la de Marquesa. Surgían majadas en el camino hacia el mineral y el paisaje una vez árido y vacío, comenzaba a llenarse de la vida de una placilla minera con los desbordes sociales que en ellas pasaba.