Hasta 1825, La Serena había sufrido una serie de calamidades que la habían sumido en una cuasi paralización urbana. En 1680 Bartolomé Sharp saqueó e incendió la casa del Cabildo, la Iglesia Matriz, la de La Merced, la de los jesuitas, la Ermita de Santa Lucía y algunas casas. En 1686, Eduard Davis ocupó y quemó el convento de Santo Domingo. Por si fuera poco, en 1730 un terremoto destruyó casi todas las construcciones. Su lenta recuperación solo vino a consolidarse con el descubrimiento del mineral de Arqueros. Con los nuevos recursos se construyó una casa episcopal, una Corte de Apelaciones, un liceo, escuelas gratuitas, establecimientos industriales y de beneficencia, imprentas, dos periódicos, una policía de aseo y alumbrado público y hasta un ferrocarril que la conectaba con el puerto de Coquimbo (Solano Astaburuaga, 1867:361-362. Adaptado). Además, los recursos para implementar la enseñanza de la minería provinieron de los ingresos fiscales que dieron las minas de Arqueros a la Intendencia de Coquimbo.
Fue tal la revolución social por su descubrimiento, que provocó una sensación de apropiación colectiva de sus riquezas, un empoderamiento popular que atrajo a cientos de hombres y mujeres. Fue común el robo de minerales, el desacatamiento de las normas y la falsificación de los documentos. La respuesta del Estado fue poner en práctica uno de los primeros ensayos de proletarización capitalista y disciplinamiento laboral de la historia, es decir, convertir a los antiguos peones mineros itinerantes en trabajadores que siguieran las estrictas normas propias del capitalismo minero-industrial.
“Fueron muchos los que, desde Arqueros en adelante, por un periodo de aproximadamente 25 años, imprimen a La Serena y su entorno un carácter verdaderamente cosmopolita tanto en sus relaciones comerciales hacia el exterior como de intercambio interno (…). Comerciantes extranjeros como J. Restat, Anacleto Puche, Maubec y Cía., Guillermo Marx, Alfredo Cobb, Samuel Haviland, Ricardo y Jorge Aylwin, Tomás Chadwick, Fineas Loveyoy, Hilarión Lafourcade, Napoleón Lebre, Guyen y Cía., Juan Constant, J.P. Powdetch, Carlos Hughes y otros, ampliaban sus actividades hacia 1840 en conjunto con sus congéneres chilenos en rubros como la habilitación y las exportaciones de metales, negocios de cabotaje y portuarios y habilitación de terrenos agrícolas de regadío”.
(Aránguiz Donoso, 1993, pp. 217-218).